martes, 3 de enero de 2012

SALA DE ESPERA

IGUALDAD

La prestigiosa familia  Montero Villahermosa es una de las más ricas, influyentes y de rancio abolengo del país. Tienen grandes posesiones, pero su preferida para pasar las vacaciones es su hacienda en los llanos.
Quizás la persona que más disfrutaba de las vacaciones era Ildefonso, único heredero de la noble familia. Era un niño callado y tranquilo, que asistía a clases en las diferentes disciplinas en que lo inscribía su madre, sin dejar de sacar las más altas notas en el exclusivo colegio religioso.
Pero, la perla en la corona de la familia, al llegar a la hacienda parecía transformarse en otra persona. Se escapaba todos  los días para irse a vagabundear por ahí con Joseíto, el hijo del capataz, quien era su mejor amigo. De la misma edad que Ildefonso Joseíto parecía y era fuerte y alto quizá por la vida al aire libre, su tez tan morena parecía brillar de salud y contrastaba con el color marfileño de Idelfonso.
Su madre no se cansaba de regañarlo y castigarlo, el niño seguía escapandose para irse por esos montes.
-Tienes que comprender que tú no eres igual a Joseíto. No pueden andar juntos porque ustedes no son iguales- decía y repetía la madre.
Pero de nada le valía, el niño y su  amigo a veces se perdían casi todo el día, cogiendo nidos de pájaros, subiéndose a los árboles  para coger la fruta madura o bañándose en el río.
La madre estaba desesperada.
-Dios mío, no se que voy a hacer con este muchacho. Cuando llega a la hacienda parece que está embrujado. No quiere tomar los cursos veraniegos de idiomas y hasta abandona las clases de piano y violín por irse por allí en malas compañías. No quiere entender que él y Joseíto no son iguales.
Un día Ildefonso se antojó de unos mangos que estaban muy alto y Joseíto quiso subirse al árbol a buscarlos, pero Ildefonso insistió en que iría el mismo y comenzó a subirse. Llegó hasta las primeras ramas. Pero lamentablemente perdió pie y cayó al suelo. Por fortuna sólo se dislocó un tobillo y Joseíito tuvo que ayudarlo a regresar a casa. Cuando llegó la madre armó la gran alharaca:
-Pudiste haberte matado y todo por andar en malas compañías. Ahora tendrás guardar cama y tienes prohibido salir, y mucho menos con Joseìto, ¡Te digo y te repito que ustedes no son iguales! Remachó la mamá.
Ildefomsp, por primera vez en su vida, se rebeló abiertamente contra su madre.
-No me vuelvas a repetir que no soy igual que Joseíto. Ya se que no se cae ni de los árboles más altos, nada mejor que yo en el río y puede sujetar un becerro con una cuerda. Pero no te preocupes, mamá, seguiré practicando hasta llegar a ser igual que él.

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ADELINA

adelina caminaba sola por el parque. Huía del bullicio que reinaba en su casa por los preparativos de una celebración. Ella apreciaba poco las grandes recepciones, prefiriendo, con mucho, un buen libro. Esto le había ocasionado  problemas con sus padres, que hasta a un psicólogo la habían llevado creyéndola autista.
Cuando llevaba poco rato caminando, disfrutando del silencio, roto solo por el canto de los pajaritos, sintió que una mano le tapaba la boca y un brazo fuerte la arrastraba hasta los arbustos.
Luchó desesperada y trató de gritar pero pronto todo se fue desvaneciendo  a su alrededor.
Cuando despertó, se vio en una cama angosta, atada de pies y manos y con una mordaza en la boca. Oyó una voz que decía:
-Creo que está despertando. Vamos a aflojarle la mordaza, se pude ahogar.
Adelina abrió los ojos y vio una mujer que la observaba con ojos compasivos.
-Pero ten mucho cuidado, también tenemos que aflojarle las ligaduras, por que se le pueden dormir los brazos y las piernas.
Esta vez habló una voz de hombre y Adelina volteó para verlo. Tenía cara de todo menos de secuestrador o asesino. Su prominente abdomen y su cara regordeta y de labios rojos denotaban bondad.
Adelina resolvió jugarse el todo por el todo.
Abrió de par en par sus enormes ojos castaños y preguntó con la más infantil de sus sonrisas:
-¿Ustedes son secuestradores?
-Claro que si – Respondió el hombre y si tu padre no paga el rescate, te volveremos picadillo.
¿Mi papá? ¿Creen que mi papá se ocuparía de pagar algo? yo tengo meses que no lo veo.
-¿No eres la hija del archimillonario doctor Pérez? Preguntó la mujer.
-Yo soy su hija y él no se ocupa para nada de mí. Vive pendiente de sus recepciones, sus negocios y a mi ni me dirige a palabra.
-Bueno, entonces pediremos el rescate a tu mamá.
-M  i mamá murió.  Yo vivo con mi madrastra  y sus hijos, ella no me quiere absolutamente nada porque soy la única heredera de mi padre. Si le pide dinero a ella, lo más probable es que les ofrezca pagarles para que me mate.
-No seas exagerad, niña, dijo la mujer con un ligero temblor en la voz. Sabemos que eres muy rica, una sola de tus joyas bastará para pagarnos.
¿Qué joyas? Todo lo que tengo es de mis hermanastras, hasta los pantalones se los robé a mi hermana mayor. Buena paliza  van a darme pero,  total, siempre me pegan.
-Tú estás exagerando, dijo la mujer con voz algo insegura, me estás contando el cuento de Cenicienta.
-Bueno, no tanto, yo no tengo que cocinar ni lavar ni nada de eso, pero duermo en una habitación muy chiquita, sin ventanas, voy a un colegio público y me visto con  la ropa que mis hermanas van a botar.- Menos mal que ellas no se ponen un vestido más de una vez, por eso todos creen que vivo muy bien, siempre tan bien vestida. A estas alturas, ya la mujer lloraba a lágrima viva.
Entonces Adelina le habló al hombre.
-Yo mejor quisiera pedirles un gran favor, queme dejen quedar con ustedes y así no tengo que llevar mas insultos y golpes. Una vida de crimen como la de ustedes debe ser muy divertida.
El secuestrador se ofendió profundamente:
-Nosotros no somos criminales. Te secuestramos para tener con que pagar la operación de nuestro hijo, que está ciego. Pero pensábamos volverte sana y salva.
El pobre hombre tenía los ojos sospechosamente húmedos y un pañuelo en la mano.
Adelina se lanzó  fondo:
-Por favor, no me devuelvan, se los pido por favor. Yo puedo trabajar de pistolera o hampona. Todo menos volver a esa casa.
El hombre lloraba a lágrima viva.
-Vas a ver, dijo soplándose la nariz con el pañuelo, te vamos a llevar a esa casa con una nota de nosotros donde diremos muy claro a la bruja esa que tú tienes quien te defienda. Que si te vuelve a molestar, se las verá con nosotros, que somos asesinos sin corazón. Además te daremos nuestra dirección y teléfono para que nos llames si algo anda mal.
-Gracias señor secuestrador, dijo la muchacha, quizás así no me maltraten mas. ¿Y cuánto pensaban pedir por mi rescate? Solo por curiosidad.
El hombre dijo una cifra y agregó:
-Yo sé que es mucho dinero pero ya veremos lo que hacemos. Tú no te preocupe. Ven que te llevaremos a tu casa.
-Bueno, vamos, pero les aseguro que ni se han dado cuenta  de que falto, dijo Adelina.
Dicho y hecho, le entregaron un papel con sus nombres, direcciones y teléfono y la dejaron a una cuadra de su casa.
Adelina se despidió dándoles las gracias y entró en su residencia.
Encontró todo patas arriba: un doctor atendía un desmayo de la mamá, sus hermanas lloraban  a lágrima viva, los sirvientes se retorcían las manos y el forzudo guardaespaldas lloraba como un bebé, mientras repetía incansable:
-Es mi culpa, no la cuidé bien, no se como se me escapó para salir sola.
Su padre llamaba a las autoridades y a su banco para sacar de inmediato todo el dinero posible, caso de que pidieran rescate.
Cuando la vieron llegar, estalló una gritería enorme y todos se le abalanzaron para abrazarla y besarla.
Cuando su padre por fin pudo hablar, dijo con voz entrecortada por la emoción:
-Mi pobre muchachita indefensa ¿Qué te pasó?
-Nada papá, que me puse a leer en el parque y me quedé dormida.
-No lo vuelvas  a hacer nunca, dijo su madre, nos volvimos locos de la preocupación.
-Se los prometo. Siempre saldré de casa acompañad por el señor Pedro –dijo Adelina, refiriéndose  al guarda espaldas. Por cierto papá te quiero pedir un favor.
-El que quieras hija querida contestó el padre.
-Que me des  unos cuantos millones que te sobren, a cuenta de mi futura herencia.
-Bueno, hija, yo pensaba darte de todos modos lo que quisieras por tu cumpleaños Mañana a primera hora te abriré una cuenta en el banco.
Así lo hizo el buen padre y los secuestradores no se explicaron de donde había salido el paquete de dinero que les fue entregado en su casa y con el cual podían financiar la operación de su hijo

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AMOR DE MARINERO


en alta mar un navío flota en  las olas. En la popa, un marinero miraba  con nostalgia la estela que el buque dejaba tras de si.
El marinero estaba triste, en el puerto había dejado su amor y se sentía  solo  en la inmensidad del mar.
Una noche muy hermosa creyó ver en el rielar de la luna una bellísima mujer que lo miraba.
Lo mismo le sucedió noche tras noche hasta que el marinero, enamorado perdidamente le confesó a gritos su amor.
Entonces la extraña mujer se acercó al barco y él pudo verla claramente: ¡era una sirena!, si, una sirena con maravillosa cola de pez, su cabello era intensamente negro como la noche y las gotas de agua que lo salpicaban eran estrellas, sus hermosísimos y grandes ojos eran azul oscuro, como lo profundo del mar y su tez tan bella y blanca que parecía  hecha  de madreperla. Iniciaron su idilio a escondidas de los demás marineros, que no comprenderían su extraño amor.
Una de esas noches, cuando mas embelesados estaban en su romance otro marinero vio a su compañero asomado por la borda y hablando con el mar, aparentemente. Al preguntarle, el marinero decidió contarle su secreto.
Su amigo, creyéndolo loco, quiso probarle que la sirena no existía y a lo mejor confundía un  gran pez, o quizás un delfín con una mujer y puso en el agua un anzuelo a ver que pasaba.
La noche siguiente, cuando el marino fue a ver a su amada, la encontró muerta, enganchada en el anzuelo. El pobre  enamorado pensó enloquecer de dolor. Buscó a su amigo y levantó el cadáver de la sirena en sus brazos, se  la mostró y, ante el estupor del otro, saltó con él por la borda y se perdió bajo el mar.
Dicen los marinos que, en las noches de luna llena, se puede ver a los amantes en el rielar de la luna
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ROSA EDELMIRA

rxiste una figura que llenó todo el siglo XX, la matrona señora doña Rosa Edelmira Medina Cariño, viuda de Laya.
Esta digna dama nació en el corazón de Venezuela, Arichuna, un pueblito a orillas del río Apure.
Rosita era rubia, de ojos azules, alegres y vivaces.
Corría todo el día por los campos del señor, bañándose en el río y subiéndose a los árboles para robarse la fruta
En la escuelita aprendió a leer, escribir y contar, conocimientos considerados en esa época suficiente para una jovencita.
Con su mamá aprendió las labores de una casa, a coser y bordar pero, sobre todo aprendió, lo que sería su destino e iluminaría su vida y la de toda su familia: a ser una madre.
Un buen día apareció Carlos, joven, poeta y muy cuerdo, que escogió a Rosita para compañera de toda la vida, eso le prometió al viejo Vicente, padre de Rosa, y lo cumplió como todo un varón, el fue Padre, así como ella, Madre por antonomasia. Vivieron juntos por más de cincuenta años, criando hijos, nietos y hasta biznietos y jamás nadie oyó la menor queja de sus labios.
La vida continuó, las faldas cortas y peinadas “a la garzón” de los años 20,
fueron conocidos por Rosa sólo de oídas ya que por ese entonces su poeta le había regalado varios hijos a quienes cuidar.
Ya Rosa había pasado a ser Doña Rosa y recuerda con nostalgia a la señorita Paula.
Soltera por convicción, la señorita Paula fue la tía por definición, así como Rosa fue madre. Su enteca figura con su humilde delantal es la imagen que tenemos los hijos y nietos. Morena, de ojos muy azules como su hermana, ella fue compañera de juegos, confidente de juventud y paño de lágrimas en la adultez.
-Fue más madre de mis hijos que yo, recuerda Doña Rosa, con los ojos un poco húmedos.
Así pasó su vida doña Rosa, sin  mucha pena, pero con mucha gloria. Una vida muy sencilla pero que para sus numerosos descendientes fue un faro que guió sus vidas.
La mayor de las nietas le puso por sobre nombre “Mamatotota” que en lenguaje infantil quiere decir mamá grandota, y ningún apodo ha sido tan acertado, ninguna como Rosa merece el nombre de Gran Mamá.
Gracias, Mamatotota por todo lo que nos diste, por ser una roca de moral, de costumbres a las cuales aferrarnos en este convulsionado principio de milenio.
Tú lograste lo que parece casi imposible: Ser Madre y triunfar en el intento
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